jueves, 24 de marzo de 2016

La trepidante aventura de la marcha del campamento de Semana Santa para los lobatos

Todo comienza, como en las mejores aventuras, por el principio.

Lobatos a la salida en el albergue en La Vecilla
 Expectantes los lobatos conocedores del objetivo a alcanzar, la cima del collado entre La Mata y Valdorria, fueron preparando sus mochilas, su cantimplora llena de agua, el pan para el bocadillo, su manzana de postre, un chubasquero y ropa de abrigo para cuando descansáramos en la cima nevada.
Una foto de grupo y todo listo para emprender el camino desde el albergue en La Vecilla.

El camino comenzó, todos en fila por una pequeña carretera secundaria ascendimos lentamente hasta La Mata, el pueblo más próximo al albergue y origen del camino hacia nuestro destino. Vimos diferentes flores y caballos así como el un pequeño tren.
Lobatos con huella de corzo
En la Mata los lobatos descubrieron el camino fácilmente ya que se encontraba marcado con señales blancas y amarillas de un pequeño recorrido, desde ese momento eran los lobatos los que guiaban la expedición.

Lobatos en la pequeña laguna
La ruta ascendía poco a poco, y de vez en cuando discurrían pequeños arroyos que embarraban el camino, lo que nos permitió distinguir diferentes huellas de animales entre ellas las de corzo y zorro.

Se podían observar las montañas nevadas a lo lejos.

A lo largo de la travesía encontramos un pequeño lago lleno de algas, la competición por ver quién hacía "las ranas" de más saltos con las piedras nos entretuvo un rato pero nos dio fuerzas para seguir llenos de ilusión.
Sin embargo la verdadera ilusión afloró cuando descubrimos que a medida que ascendíamos iban apareciendo cada vez más neveros, una pequeña guerra de bolas estaba asegurada.
Lobatos a través del camino cada vez más estrecho

Lobatos en los neveros
La marcha se fue complicando poco a poco, el camino se hacía cada vez más estrecho y empinado, parecía que nos adentrábamos en la selva Seeoni, los brezos y robles nos cubrían por completo y debíamos avanzar siguiendo la intuición con ayuda de las manos.

De pronto, el camino se despejaba y nos regalaba una visión espectacular premonitoria de lo que posteriormente vislumbraríamos en la cima.
Había rocas de muchos colores, los lobatos encontramos piedras azules, rojas, rosas, con purpurina blanca, negras... al tiempo eramos geólogos, como biólogos, como exploradores.

Hicimos una pequeña parada para descansar al lado de una pequeña cascada, cual fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que la ruta proseguía remontando ese pequeño curso de agua, gracias a nuestras botas, no nos mojamos los pies, pero tuvimos que poner todos nuestros sentidos para ir andando de roca en roca.

Por fin el camino dejaba atrás los árboles y las escobas, y ya solo había hierba, rocas y flores lo que nos permitía ver la cima a la que queríamos llegar, con la emoción de tocar la nieve y hacer cumbre, aceleramos el paso y en menos de diez minutos habíamos coronado.

Llegados a la cima descubrimos como las montañas nevadas a nuestro alrededor nos hacían sentir pequeños, el paraje era maravilloso, la vista espectacular.
Lobatos subiendo por el curso de agua
Todos juntos como al principio, nos hicimos la foto de rigor, y plantamos en la roca la bandera de los lobatos "la piel del tigre Sherkan".

En el collado comimos, descubrimos una trinchera que usaban los maquis tras la Guerra Civil, jugamos con la nieve, hicimos un muñeco, un concurso de puntería con bolas.
Tras el merecido descanso, nos pusimos en marcha de regreso al albergue.

Lobatos en la cima de la ruta
El camino fue el mismo, pero al ser bajada, el llevar las mochilas vacías y quizás la satisfacción de haber logrado el objetivo, hizo que el regreso fuese mucho más rápido y liviano.
La manada Kimwaka en la cima del collado
Descendimos el curso de agua, las formaciones geológicas, la ventana a las montañas, los árboles y los arbustos, la laguna, las huellas, el corto tramo de carretera y la merecida ducha nos esperaba en el cubil.